Renatto
Bautista Rojas
Magíster
en Gestión de Políticas Públicas y Licenciado en Ciencia Política por la
Universidad Nacional Federico Villarreal (UNFV)
Publicado en Mundiario con fecha 22-04-2020
El 17 de abril, se conmemoró
un año de la partida física de Alan García –dos veces Presidente Constitucional
del Perú- quien prefirió la muerte antes que el escarnio y la humillación
personal, familiar y partidaria. Ese día, luego de realizar el EN VIVO, en
Instagram, con mi amigo y compañero, de ideales políticos, Martín Bernabé leí
un excelente artículo titulado Las Metamemorias de un demócrata indoamericano
de autoría de Claire Viricel.
Este artículo, como la misma
vida política de Alan García, me llevó a unas reflexiones que las comparto con
todos.
Primero: En
toda la historia documentada del Perú siempre el odio y/o la envidia nos
dividió en dos terribles bloques, no haré juicios de valor histórico, pero lo
concreto fue la existencia de estos bloques: Atahualpa vs Huáscar, Pizarro vs
Almagro, leales a la Corona española vs los encomenderos, independentistas vs
realistas, Gamarra vs Santa Cruz, Castilla vs Vivanco, Piérola vs Cáceres,
Leguía vs civilistas, APRA vs antiapristas sumado a que, en la mayoría de esos
casos, la división de este odio confrontacional “hasta la muerte” sucedió
también entre norte y sur del Perú. En lugar de avanzar como Nación, en los
problemas sociales que sabemos, se sigue en ese vil odio y envidia que es una
constante en la historia peruana desde antes de la caída del imperio incaico.
¡Terrible! Parece que algunos, por no decir muchos, necesitan envidiar y odiar
al más cercano. ¡El odio es su oxígeno!
Segundo:
Claire
Viricel me dice: “Los mejores son
odiados, Renatto. Sobre todo en los países donde hay escasez de todo, todo.”
Es cierto porque, sin ser
psicólogo, la envidia y el odio son los sentimientos nacidos en pobres almas
que no pueden aceptar que el compañero de aula, colegio o universidad, o el
conocido de años o el vecino, le vaya mejor profesionalmente que a los otros.
La envidia y el odio son los sentimientos del fracaso, son la manifestación de
tirria de quien no acepta que existen soles que brillan. Ni que decir en
países, como el Perú, donde la escasez de lo intelectual es una triste realidad
desde el mundo de la academia y/o letras hasta el mundo político donde, de
todos los ex presidentes de los últimos 40 años, el más culto era Alan García,
tal vez esta razón haya sido la más poderosa de tanta envidia y odio contra él.
En un país de mentes inferiores, a un coeficiente intelectual (C.I.) mayor que
100, no se le admira a la mente culta y lúcida, se le envidia, se le destruye
con la mayor ponzoña vista.
Tercero:
La
envidia y el odio pueden nacer de personas que se sienten fracasados en el
aspecto familiar, se perciben como malos esposos o padres de familia, en el
aspecto profesional, no se sienten realizadas son los eternos bachilleres que
tienen que mentir que sí tienen el título profesional. Es decir, es el sentimiento
nacido de la derrota personal, pero como no se acepta así mismo, lo tiene que
volcar con el prójimo que le va mejor en la vida. Lo estratega o lógico sería
que se vuelvan amigos de quien le va bien, pero no, estos pigmeos destilan lo
más oscuro de sus almas.
Cuarto:
En
la historia universal, los inmortales han sido envidiados y odiados. El gran
Julio César fue odiado por Pompeyo, su otrora yerno y aliado político, luego
fue odiado por las manos que lo asesinaron como Bruto y Casio. Su heredero político,
el joven Octavio, que luego sería el primer emperador romano llamado Augusto,
fue odiado a muerte por Marco Antonio, que jamás aceptó que él fuera el
heredero de Julio César, ni que decir de Cleopatra que quería entronizar al
pequeño Césarion en el trono de Alejandría y Roma, a la vez. El mismo
Jesucristo fue envidiado y odiado por los sumos sacerdotes judíos Anás y Caifás
que hicieron de todo para que lo crucificaran, no comprendieron que su mensaje
trascendía este mundo. Luego tenemos al famoso Carlos V envidiado y odiado por
todos sus contemporáneos desde Enrique VIII
de Inglaterra hasta Francisco I de Francia. Ellos no podía soportar que
un joven Carlos V fuera Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Rey de
España, soberano de los Países Bajos, del Milanesado y de Nápoles, sumado a que
era el rey en su imperio ultramarino en las Américas destacando, por sus
riquezas, los virreinatos de Nueva España y Perú. Luego recuerdo los odios
enfermizos que padeció el Emperador Napoleón por casi todos los europeos de
comienzos del siglo XIX que les dolía ver a un corso en el trono francés y que
llegó a dominar casi toda Europa. Ni que decir de las envidias y odios que
sufrió Sir Winston Churchill dentro del partido Conservador como de sus rivales
en el laborismo. El único británico, que mucho antes de la Segunda Guerra
Mundial, sabía de la gran amenaza que representaba el nazismo, era
ridiculizado, hasta por sus propios “compañeros”
de partido, como un “extremista” o “loco” o
“radical”. Luego de la
invasión nazi hacia Polonia, renuncia Chamberlain y Churchill asume el gobierno
en la hora más difícil de la historia británica cuando el mundo entero se
jugaba la libertad ante un totalitarismo criminal como el nazismo. Así puedo
escribir varios párrafos sobre inmensas personalidades que padecieron envidias
y enfermizos odios de una gentuza que jamás tendrá la gloria de la historia. En
el Perú, recuerdo dos casos quienes fueron Víctor Raúl Haya de la Torre que
sufrió tal odio, que intentaron asesinarlo a él como al APRA de todas las
maneras posibles, fue un holocausto peruano como escribió Luis Alberto Sánchez
en el libro Perú: Retrato de un país adolescente. Haya de la Torre fue tan
odiado que recién de anciano, le dejan tener un cargo público como Presidente
de la Asamblea Constituyente. Para la gentuza no le importaba que Haya
representaba el 35% de peruanos, los tenían que marginar como si fuera los
siete jinetes del Apocalipsis. El segundo caso es de Alan García, el presidente
peruano que generó tremendas adhesiones como unos odios enfermizos. Sus
adversarios jamás le perdonaron haber reflotado al APRA, en sus años más
difíciles que fue luego de la muerte de Haya, ni ser dos veces Presidente
Constitucional en dos siglos diferentes. Son tan mezquinos con Alan García que
no le reconocen que fue un buen orador ni que hizo un magnífico segundo
gobierno ni que fue un intelectual de fuste, autor de una veintena de libros,
importantes para el análisis como Pizarro: El rey de las barajas y Confucio y
la Globalización.
Así son estas pobres almas,
llenas de envidia y odio, pero esos pigmeos jamás comprenderán el peso de la
historia como sí lo comprendieron Alejandro Magno, Julio César, Augusto, Carlos
V, Napoleón, Churchill, Haya de la Torre y García.
La historia olvidará a los
que vivieron odiando, tal vez sea su justo castigo.